Te echo de menos.
Pensé que debías saberlo.
Pensé que debías saber que echo de menos tus manías, por ejemplo esa de acortar las palabras.
Echo de menos nuestras salidas al cine y también nuestras peleas.
Echo de menos cuando acabábamos una sobre la otra con la respiración acelerada y hablando en voz baja, como si alguien pudiese escuchar. Lo hacíamos así porque, a susurros, las notas son más sinceras y el eco aun más cierto, lo hacíamos así porque nos entendíamos sólo con mirarnos.
Pensé que debías saberlo.
Pensé que debías saber que echo de menos tus manías, por ejemplo esa de acortar las palabras.
Echo de menos nuestras salidas al cine y también nuestras peleas.
Echo de menos cuando acabábamos una sobre la otra con la respiración acelerada y hablando en voz baja, como si alguien pudiese escuchar. Lo hacíamos así porque, a susurros, las notas son más sinceras y el eco aun más cierto, lo hacíamos así porque nos entendíamos sólo con mirarnos.
Pensé que debías saberlo.
Echo de menos verte sonreír y hacerte enojar, decirte todo cuando sueño rozarte, besarte, follarte.
Y ya no sé si quieres, o puedes, si te sigo haciendo falta, como era antes o si ya no nada.
Porque estás ausente y te noto tan lejos que apenas alcanzo a verte, aún estando a dos centímetros de mí, aún notando tu respirar, aún queriéndote igual que lo he hecho siempre.
Te echo de menos y pensé que debías saberlo.
Porque sé lo que eres capaz de hacer, porque has demostrado que eres capaz de hacer cosas realmente terribles a alguien que supuestamente te preocupa. Has demostrado que eres capaz de hacerle daño a la gente más cercana a ti.
Cuando rompes el corazón de alguien, realmente nunca sana y aunque puede ser reparado, ese corazón nunca estará completo.
Perdona por haberme aferrado a la idea de que un "nosotras" tenía que ser sí o sí.
Hoy vivo en un futuro en el no está tu nombre y en el estoy muy lejos de coincidir con los sueños que tenía, un futuro que me zarandea para que me ponga de nuevo en la posición de salida.
Aquella en la que arrastrando lo que he aprendido, me permita reencontrarme con ella, con esta parte que perdí.
La misma que a fuerza de quererte tanto, fue olvidándose de las reglas de juego.
Aquellas en las que dabas para recibir y apostabas para ganar. Las reglas en las que invertías todo lo que tenías porque, creías, el riesgo de perderlo todo no entraba dentro de las posibilidades.
Pero como toda historia tiene un final, el nuestro también llegó. Un final que, por suerte o por desgracia, llegó para deshacer las expectativas que ya no estábamos cumpliendo. Porque no, ya no llegábamos a la altura de lo que un día fuimos, ni a la altura de lo que nos merecíamos que fuera.
Aunque duela.
Aunque duela tanto.
Aunque duela tanto.
Te dejo.
Aun me quedan las esquinas dobladas de las páginas de nuestro libro, para recordarme que, en ellas, hay algún instante inolvidable plasmado en la memoria de nuestra relación. Sin embargo, no hice más que coleccionar páginas en blanco. Espacios vacíos en los que escribir aquello que, diariamente, quería que sucediese.
Te dejo.
Pero sobre todo, si te dejo con algo, es con las ganas.
Con las ganas de haber podido saber lo que hubiera sido nuestra vida en común. Con las ganas de que me quedase contigo aún recibiendo una cuarta parte de lo que te daba. Con las ganas de que me conformase con lo que ni siquiera merecía y, con las ganas, de que te dijera a todo que sí.
P.
Con las ganas de haber podido saber lo que hubiera sido nuestra vida en común. Con las ganas de que me quedase contigo aún recibiendo una cuarta parte de lo que te daba. Con las ganas de que me conformase con lo que ni siquiera merecía y, con las ganas, de que te dijera a todo que sí.
P.